En la noche del 24 de agosto de 1994 se registraron en Uruguay los hechos de violencia más graves desde el regreso de la democracia. Un muerto y más de 80 heridos en un enfrentamiento entre policías y civiles. A 30 años de los incidentes del Filtro, El País recoge los testimonios de algunos de los testigos y principales protagonistas del momento.

El miércoles 24 de agosto de 1994 un avión de la Fuerza Aérea española llegó a Uruguay para finalmente extraditar a los tres ciudadanos vascos acusados de pertenecer a la banda terrorista ETA. Miles de personas marcharon desde el Obelisco y se agruparon en torno al hospital Filtro para evitar su traslado al Aeropuerto Internacional de Carrasco. A pocos metros de distancia, la seccional 13° desplegaba a sus efectivos. Cada vez más. Muy cerca de allí, el presidente Luis Lacalle Herrera observaba el panorama desde su despacho en el Edificio Libertad. ¿Qué pasó exactamente ese trágico 24 de agosto en el barrio Jacinto Vera? ¿Por qué falló el operativo de seguridad? ¿Fue el Filtro efectivamente el último golpe tupamaro?

Hospital Filtro
En este centro de salud se encontraban internados los tres ciudadanos vascos acusados de integrar ETA: Jesús María Goitia, Mikel Ibáñez y Luis Lizarralde.

Focos de resistencia
Según la taquigráfica del llamado a Diputados del entonces ministro del Interior Ángel María Gianola, esa tarde se detectaron cuatro focos de manifestantes. Uno en Gral Flores y Luis Alberto de Herrera.

Focos de resistencia
Otro foco se encontraba en General Flores y Bulevar Artigas

Focos de resistencia
Un tercer foco estaba en Bulevar Artigas y Cufré.

Focos de resistencia
También había manifestantes en la rotonda del monumento a Luis Batlle Berres.

Alerta policial
En Bulevar Artigas y Cufré se encontraba la seccional policial 13. Con la emisión de la clave 52 “Policía Herido” decenas de patrulleros y la Policía a caballo llegan al lugar.

Falsas pistas
Se dispuso el ingreso de tres ambulancias y tres patrulleros por Bulevar Artigas, pero según Gianola las ambulancias para el retiro de los vascos ya estaban en el Filtro. Se trataba de una falsa pista para confundir y evitar que los manifestantes frenaran el traslado. Eso provocó el enfrentamiento entre manifestantes y la Policía.

El despacho del presidente
Mientras tanto, el presidente Luis Alberto Lacalle Herrera se encontraba en el edificio de Presidencia, en ese momento ubicado en Luis Alberto de Herrera y José Pedro Varela.

Zona de incidentes
En la zona entre Bulevar, Cufré y Pampillo Novas ocurren algunos de los incidentes.

Fernando Morroni
Un joven de 24 años, muere en Cufré y Gualeguay. Su autopsia reveló que le dispararon por la espalda y a una distancia de entre 15 y 12 metros.

Arribo al aeropuerto
A las 22.30 salieron las ambulancias con caminos despejados: el recorrido fue Cufré, Luis Alberto de Herrera, General Flores y luego caminos laterales hasta llegar a la Base Aérea Militar Número 1.

Sebastián Cabrera, Martín Tocar y Mariángel Solomita

A 30 años de la noche más violenta

Mercedes Oxacelhay no prendió la tele. Era una noche fría de miércoles y en un señorial apartamento frente a Villa Biarritz esperaba a su marido para cenar, mientras se ocupaba de sus hijos. Él, Julio Arocena Nocetti, productor avícola y presidente de la unión de vecinos de Punta Ballena, había ido a una reunión al Edificio Libertad con el presidente Luis Alberto Lacalle Herrera; era la primera vez que lo visitaba y pensaba plantearle algunos reclamos vinculados a una obra millonaria que pretendía hacer la Intendencia de Maldonado, que respondía al Partido Nacional. La cita había sido agendada con varias semanas de anticipación para el 24 de agosto de 1994 antes de las seis de la tarde.

Casualidades de la vida, ese día a esa hora los alrededores del edificio de Presidencia eran un escenario de guerra. El momento más violento del Uruguay posdictadura; una “asonada” preparada por los tupamaros según la lectura que hace hoy el expresidente Luis Alberto Lacalle; una “masacre” de la Policía, de acuerdo al discurso de algunos colectivos de izquierda radical que 30 años después siguen recordando ese 24 de agosto como un día negro por la represión de la Policía. Un episodio cargado de leyendas y relatos alimentados por la oscuridad en la que se dieron los enfrentamientos, las versiones encontradas de sus protagonistas y algunos silencios significativos.

Mercedes Oxacelhay lo cuenta hoy, sentada en el living del mismo apartamento y sonríe con cierta tristeza:

—Yo no tenía idea de lo que estaba pasando, no estaba mirando los informativos. Estaba tranquila, cuando Julio volvió recién me contó todo. Y ahí me enteré.

Esa tarde Arocena, sin saberlo, iba directo rumbo a la boca del lobo.

En el Hospital Filtro, a dos cuadras del Edificio Libertad, tres vascos acusados de pertenecer a la banda terrorista ETA — Jesús Manuel Goitia, Mikel Ibáñez y Luis Lizarralde— aguardaban una resistida extradición a España, aferrados a una supuesta huelga de hambre y sed para evitarla. Afuera, unas cuatro mil personas –convocadas desde sus radios por el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y el Movimiento 26 de Marzo, entre otros grupos y organizaciones sociales de izquierda— habían llegado para manifestarse en contra del traslado de los detenidos, y algunos de ellos con la decisión de intentar impedirlo. Esa noche terminaría con un muerto, Fernando Morroni, y más de 80 heridos; muchos de bala.

A sus 94 años, Arocena recuerda con lucidez aquella tarde-noche en la que fue testigo privilegiado de los hechos.

—Están tirando cuetes —le dijo en un momento al presidente.

Lacalle lo miró y respondió:

—Qué cuetes, ¡son balazos!

En el séptimo piso del edificio de Presidencia, en un despacho con vista directa a los incidentes, el productor acompañó en soledad al presidente y sus funcionarios más cercanos en esas horas de violencia. ***

Norma Morroni estuvo todo el 24 de agosto sintonizando la CX 44, Panamericana, y por eso sabía que el clima era tenso. “Estos tienen ganas de dar palo”, pensó tras escuchar los relatos del “Ñato” Eleuterio Fernández Huidobro.

Su hijo Fernando, de 24 años, se había acostado a dormir la siesta y ella aprovechó para hacer mandados en el almacén del barrio. Al volver lo vio levantado y pronto para salir. Ella ató los cabos, pero igual preguntó.

—¿Qué pasó, negro? ¿Qué vas a hacer?

—No, mami… Es que vinieron los chiquilines y vamos a ir un rato… pero volvemos temprano.

—No vayas, negro...

—Vamos un rato... Igual después tenemos un cumple.

Fue la última conversación que mantuvo con su hijo.

A medida que las horas pasaban aumentaba su nerviosismo. Sobre la medianoche, cuando ya había pasado lo peor de los disturbios, algunos de los amigos de Fernando llegaron hasta su casa.

—Lo vimos corriendo atrás nuestro y después lo perdimos, no lo vimos más.

Las respuestas no eran claras. Norma fue primero hasta la seccional: allí le dijeron que estaban buscando a los familiares de Fernando, pero más nada. Solo que fuera al Hospital Policial.

Fernando había ingresado allí poco después de las nueve. Le habían disparado por la espalda con una escopeta.

Las tres décadas que pasaron desde esa noche no impiden que Norma se conmueva hasta las lágrimas al recordar el momento en que vio el cuerpo de su hijo, agujereado como un colador, en la planchuela del hospital. ***

El papel de una monja franciscana y la llegada de los etarras

Entre los vascos y Uruguay había una historia antigua; después de todo Montevideo fue fundada por un vasco, Mauricio de Zabala. Luego de una descomunal corriente migratoria —que comenzó en tiempos de la colonia y se intensificó tras la independencia—, Uruguay terminó convirtiéndose en el horizonte donde los vascos depositaban la ilusión de cumplir su sueño americano de enriquecerse a fuerza de trabajo, pero con facilidad. Miles vinieron. Y tan profunda fue la incidencia de la comunidad que algunos de sus descendientes terminaron convertidos en presidentes de la república (Manuel Oribe, para empezar). Pero eso quedó en el pasado. Mucho tiempo después de aquella época, una vez finalizada la dictadura, a mediados de la década de 1980, otros vascos eligieron a Uruguay en busca de un escondite. En clave, a este destino, lo llamaron “tupperware”.

Era una diáspora distinta. Señalados como integrantes de la banda terrorista ETA, el popular destino de sus ancestros pasó a ser la vía de escape de la llamada “guerra sucia” que grupos parapoliciales de España y Francia —que luego serían condenados por terrorismo de Estado— comandaron contra los integrantes de la ETA en el pico más violento del grupo independentista. El acecho venía también por parte de los gobiernos socialistas de Felipe González y François Miterrand, asociados para perseguir a los comandos terroristas y sofocar los atentados que ejecutaban cada vez con mayor asiduidad.

En aquel momento, la organización planeaba la salida de sus integrantes “quemados” hacia países latinoamericanos donde la ETA había tejido una red de contactos que les facilitaban a sus miembros en fuga documentación falsa, refugio e incluso trabajo. Uruguay era uno de ellos.

Una de las puertas de entrada al país venía de la mano de una monja franciscana, de origen vasco, llegada al país en 1985 para dedicarse a supuestas obras sociales —según recogió Antonio Mercader en su libro El último golpe tupamaro. Junto a otra inmigrante vasca, la monja era propietaria del restaurante Boga Boga en el que empleaba a sus compatriotas. Una vez instalados, se presume que asesorados por abogados allegados al MLN, aprovechaban una grieta en la legislación para obtener la cédula. En el documento estampaban un nombre falso.

Una de las leyendas que proliferaron a partir de este episodio dice que a cambio de favores económicos —que se habrían concretado intercambiando valijas en el extranjero, como en una película de espías—, los tupamaros les daban amparo a los etarras recién llegados.

El movimiento de vascos cruzando el océano hacia Uruguay encendió una alerta en España, que envió investigadores tras sus pasos. En 1989, un hombre y una mujer sospechosos de integrar la ETA fueron secuestrados en Shangrilá e interrogados durante 13 horas. Se dijo que habían sido torturados. Luego identificaron como captores a un comisario y a un inspector de la policía española, inaugurando así un vidrioso tránsito de policías y jerarcas españoles que terminaron reclamando la colaboración del gobierno uruguayo.

Durante la presidencia de Julio María Sanguinetti, la comitiva española ofreció una donación de equipamientos policiales al tiempo que entregó una lista con nombres de vascos requeridos. Mercader en su libro apunta que el gobierno no avanzó. No había motivos para detenerlos en Uruguay ni se los consideraba peligrosos. Y aclara que la donación no se concretó.

Sin embargo, la advertencia española tendría un giro en 1992 cuando tras la detención de la plana mayor de la ETA se hallaron pistas que revelaron las actividades que llevaban a cabo los etarras camuflados en Montevideo y una posible conexión con el MLN.

El país era un “santuario etarra”, publicaron los medios españoles. Se había convertido en una “célula dormida” cuya principal tarea era contribuir a la logística de la banda, elaborando documentación falsificada. Uno de los principales centros de operaciones era el famosísimo restaurante La Trainera, que tenía entre sus comensales más leales a legisladores, ministros y diplomáticos, e incluso a la hermana del presidente. ***

Los tres etarras confiaban en que un ayuno total los salvaría de la temida extradición. Prevista para el 24 de agosto de 1994, ellos apostaban que el cuerpo les aguantaría al menos dos días más. Se supone que dejaron de comer el 11 de agosto y el 19 rechazaron los líquidos. En el Filtro, el juez de la causa intentó disuadirlos de la medida.

—Si ustedes aceptan agua, autorizo las visitas —les dijo.

—¿Así que usted me chantajea con mi hijo? —lo increpó Miguel Ibáñez.

—Lo único que pretendo es que no se mueran en mi turno.

—No se preocupe doctor, palabra de vasco que nos morimos después del domingo —terció Luis Lizarralde.

Con el pasar de los días, los partes de los tres médicos forenses alertaban de un deterioro de la salud. Desde la Comisión Uruguaya por el Asilo insistían en que “los huelguistas saldrán en libertad o con los pies por delante”. A través de algunos medios de izquierda hicieron un llamado “al pueblo uruguayo, a los partidos políticos, sindicatos y personalidades a que se vuelquen con su opinión a hacerla valer, porque no sabemos si nuestros muchachos van a salir en libertad o van a salir de la cárcel en un cajón”.

El 24 de agosto, los manifestantes les gritaban a los médicos forenses que no les dieran el alta. Si los vascos eran extraditados, serían torturados en España, suponían. Los forenses, como una garantía, habían solicitado que viajaran acompañados de un médico. “Les voy a decir la verdad, me costó enormemente conseguir a ese médico”, recuerda el entonces canciller Sergio Abreu. “No sé por qué circunstancias, pero ni sindicatos, ni médicos, ni nadie me respondía al pedido hasta que logré un médico que era español de nacimiento y que nunca había ido a España y nosotros le hicimos un pequeño curso de Cruz Roja”.

Pasado el mediodía, mientras la tensión escalaba en Jacinto Vera, una llamada anónima advertía de una bomba en el aeropuerto, demorando así el aterrizaje del avión español que venía a recoger a los extraditados.

En conferencia de prensa, el ministro del Interior Ángel Gianola pedía a los manifestantes que se retiraran de la zona. Pero por las radios CX 30 y CX 44, José Mujica, Fernández Huidobro y Jorge Zabalza, entre otros referentes del MLN, agitaban a no ceder.

Finalmente, el avión llegó a las cinco de la tarde. A esa hora, Abreu telefoneó al ministro Gianola.

—Tengo una dificultad —le dijo Gianola—. Las radios policiales han sido interferidas y se ha creado un caos de comunicaciones entre los patrulleros que puede derivar en un enfrentamiento que estoy tratando de controlar.

Desde radio Panamericana, sobre las siete de la tarde, Zabalza arengaba: “Vale la pena que esta juventud experimente este bautismo de fuego”.

***

La presión del gobierno español al uruguayo

En el barrio Pocitos, de La Trainera solo queda un recuerdo borroso. Los vecinos actuales no son tan antiguos y si alguno fue testigo del mítico operativo policial que el 15 de mayo de 1992 culminó con una treintena de detenidos —entre el allanamiento al restaurante y otras siete viviendas en Montevideo y Maldonado— prefiere no hacer memoria. Allí también incomoda revivir este episodio. El antiguo restaurante ahora es una casa de familia.

Cuando El País golpea a la puerta, responde la empleada. Cuenta que un vecino le comentó que esa era una casa histórica, pero ella no había entendido por qué.

Entonces, dice:

—A ver, explícame bien cómo fue eso del Filtro, porque mi madre es vasca, vasca.

La Trainera fue el eje de la “Operación dulce”, el broche de oro que cerró una investigación de un año y medio dirigida por el primer ministro del Interior del gobierno de Lacalle Herrera, Juan Andrés Ramírez. Las pistas halladas en Francia, otros indicios que se encontraron en la casa del tupamaro Ricardo Perdomo —tras un famoso robo a una distribuidora—, y el desconcierto generado por los atentados con bomba en el estudio del expresidente Julio María Sanguinetti y en un puente de Lavalleja habían colocado la mira en los vascos, en especial sobre los cocineros y camareros del concurrido restaurante.

“La Policía sabía que estaban acá y evidentemente tenían cierto control, porque además no se ocultaban. La Trainera era uno de los restaurantes más exitosos de Montevideo, si querían tener información de primer nivel no tenían más que escuchar lo que estaba en las mesas, porque ahí iba la gente del gobierno y diplomáticos de distintos países”, plantea el periodista Alfonso Lessa, quien investigó los entretelones del Filtro en su libro Conspiración.

España ya conocía el plan ideado por el ministro Ramírez. Él mismo le había dado aviso cumpliendo así con un viejo tratado de cooperación y amistad entre estados que había actualizado el presidente Lacalle Herrera, agregándole un acuerdo económico y otro de cooperación contra el terrorismo.

Un grupo de expertos en terrorismo, jerarcas, un juez y un fiscal llegaron desde España para seguir la operación. De los detenidos, 15 eran vascos y 11 tenían antecedentes; cuatro estaban acusados de participar en varios atentados en España.

La justicia uruguaya procesó a 13 personas por el delito de falsificación de documento público y uso de documentos falsos, y las transfirió a Cárcel Central. Acto seguido, la embajada española en Uruguay le hizo saber al gobierno que pretendía la extradición de nueve de los procesados. Y así empezó un capítulo en el que Uruguay quedó enganchado a un sinfín de presiones.

En apoyo de los detenidos llegó una variopinta delegación europea que encontró eco especialmente en filas del MLN. Sus principales voceros reclamaban el derecho al asilo argumentando que los etarras eran “perseguidos políticos” y deslizando —incluso Fernández Huidobro— que de entrometerse en asunto ajeno, Uruguay podría ser blanco de un atentado etarra.

Se armó un extenso debate político y académico que, en el fondo, se reducía a si los actos de terrorismo debían ser considerados o no un delito político, y si por ende Uruguay debía o no disponer la extraditación, en función de las leyes nacionales y los tratados vigentes con España.

Así lo recuerda Lacalle Herrera:

—Decían "pobres vascos, que están exiliados, se ponía de manifiesto una mentira sobre la situación jurídica". Pero ellos nunca fueron exiliados, estaban aquí refugiados con nombres falsos y se cumplió un procedimiento. El uso político fue muy grave.

Carmen Beramendi, por entonces diputada comunista, resume así la postura en favor del asilo:

—Era gente que venía a buscar otra vida acá. Cuando llegás a un país corriendo de situaciones autoritarias o de distintas realidades, podría ser también como nos ocurrió a muchos de nosotros desde la dictadura, la gente no te pregunta lo que hiciste, o sea, te recibe porque vos vas a otro país a tratar de armar tu vida.

El tiempo se escurría entre recursos presentados por los abogados defensores para ganar tiempo, hasta que el juez Alfredo Gómez Tedeschi decidió en febrero de 1993 extraditar solo a los acusados de asesinato: Lizarralde, Ibáñez, Goitia y Rosario Delgado Iriondo, quien finalmente fue excluída.

La noticia fue un trago amargo para España, que ya estaba molesta por la demora en el proceso, estancado en el juicio por falsificación de documentos (que terminaría cayendo el 19 de agosto de 1994 —a pedido del fiscal—, para acelerar la partida de los vascos).

Tras pasar 17 meses encarcelados, los detenidos hicieron su primera huelga de hambre. La mantuvieron durante 26 días.

El gobierno, mientras tanto, lidiaba con un triple asedio: la izquierda local y los partidarios de la causa vasca le pedían intervenir para darles asilo, mientras que el gobierno español aumentaba la presión.

“Hubo algunas insinuaciones”, reconoce Abreu, pero no se cedió a intervenir en un asunto estrictamente judicial. “Los españoles estaban apurados porque querían que el procedimiento fuera lo más rápido posible, tal es así que el Boeing famoso que los vino a buscar salió una o dos veces pero tuvo que esperar porque la respuesta que le daba la Cancillería era que hasta que no estuviera la resolución judicial no había ningún tipo de posibilidad de extraditarlos”.

Descontento, el rey Juan Carlos no terminaba de confirmar la visita que había pactado en los primeros meses de 1994.

Cuenta Lacalle:

—No vino al final el rey. Es más, al embajador uruguayo en Madrid, el ingeniero Aznárez, durante mucho tiempo no lo dejaron ir al País Vasco. ETA es responsable de 829 asesinatos, no era cosa fácil.

Hubo rumores de canjes de ambulancias, patrulleros y préstamos por las extradiciones, se habló de “un chantaje económico” por parte del gobierno español.

—Eso es otro invento... El importante préstamo que recibió Uruguay para la compra de equipos médicos, como ambulancias, era por el Ministerio de Salud Pública... ***

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Los tupamaros: huéspedes incómodos en el Frente Amplio

Hasta qué punto la movilización en apoyo a los vascos —o al menos en oposición a su extradición— tuvo al MLN como punta de lanza, y más aún, qué grado de resistencia tenían planeado los principales referentes de esa organización, ha sido motivo de feroces discusiones a lo largo de estos treinta años.

Al fin y al cabo, es cierto que legisladores de primer nivel de todos los partidos —como Alberto Zumarán y Carlos Julio Pereyra del Partido Nacional, Hugo Batalla entonces en el Partido Colorado, así como prácticamente todo el Frente Amplio— se habían pronunciado a favor de otorgarles el asilo a los vascos.

También es cierto que había en la izquierda un importante número de voces que, aun dispuestos a acatar y respetar la decisión del Ejecutivo, entendían que debía prestarse especial atención a la salud de los tres detenidos y no efectuar el traslado en cualquier circunstancia, y por eso se sintieron convocados en los días de la huelga de hambre.

Lo que nadie niega, sin embargo, es que los tupamaros jugaron un papel clave para que miles de personas estuvieran frente al hospital Filtro el 24 de agosto de 1994. Y de un mismo modo, también existe cierto consenso en que, por su cercanía temporal con las elecciones —en las que el Frente Amplio, bajo el Encuentro Progresista, estuvo muy pocos votos por detrás del Partido Colorado y del Partido Nacional—, el episodio marcó un “punto de inflexión” en la relación entre el movimiento guerrillero y la coalición de izquierda.

“Hasta 1994, en el MLN todavía había olor a pólvora”, dice Adolfo Garcé, politólogo y autor del libro Donde Hubo Fuego, que repasa la evolución del MLN.

Según Garcé, por esos años los tupamaros se dividían en dos grandes grupos: por un lado, quienes entendían que los tiempos habían cambiado, y que la época reclamaba acoplarse en la estructura del Frente Amplio y las reglas de juego de la democracia representativa; por otro lado, los que como Jorge Zabalza seguían guiados por el horizonte insurreccional y no renunciaban a la convicción de que la revolución solo podía ser mediante las armas.

¿De qué lado se ubicaban Huidobro y Mujica?

—Mujica dudaba, Fernandez Huidobro dudaba —dice Garcé, quien aclara que Mujica todavía no era el “Pepe” de las décadas siguientes, y estaba un escalón debajo de Huidobro, que sí integraba el “Olimpo” tupamaro —. Pero ellos dos son personas claves en el Filtro. Si fue tanta gente al Filtro fue en buena medida por el liderazgo de ellos dos.

Por ese entonces, los tupamaros todavía eran vistos con desconfianza por muchos frenteamplistas. Si su ingreso a la coalición de izquierda, pocos años antes, ya había sido complejo, eran aún la “piedra en el zapato” de la coalición. Y el episodio del Filtro expuso, como hasta entonces no había ocurrido, esa tensión latente en la interna del Frente Amplio hacia esos “huéspedes incómodos”.

Las heridas se abrirían después de consumada la tragedia. ***

El 24 de agosto: el día del caos

En la madrugada del miércoles 24 ya se habían dado los primeros incidentes contra gente que estaba acampando; la Policía intentó despejar los alrededores del Filtro. Toda la semana se habían producido movilizaciones y el martes 23 hubo una marcha desde el Obelisco hasta el hospital. La Mesa Política del Frente Amplio había convocado a participar y el Pit-Cnt había decretado un paro general para el 24, que en la medianoche anterior levantó en una decisión dividida: 19 a 15.

Como es una historia que muchos se niegan a revivir —el expresidente Mujica y su esposa Lucía Topolansky, por ejemplo, no quisieron realizar declaraciones para este especial—, en parte hay que apelar a lo que recrean los periodistas, los vecinos que aún quedan en la zona del Filtro y otros testigos que estaban allí.

Zabalza le dijo a Federico Leicht en el libro Cero a la izquierda; una biografía de Jorge Zabalza, que el MLN contaba con un ómnibus “lleno de cócteles molotov y 5.000 miguelitos”. Hoy fallecido, Zabalza, ha contado que había gente armada y que él desarmó a “algunos compañeros”.

La abogada Patricia Pérez Jones, quien en aquel momento era militante del MLN-T, asegura que, “si había miguelitos y molotov en ese ómnibus, no se usaron”. Pero es claro que ese día se tiraron cócteles molotov; todos lo admiten y se ve en las imágenes de la tele.

Peréz Jones recuerda a Fernández Huidobro “gritando como un enfermo” desde los micrófonos de CX44, que el 24 transmitió en simultáneo con CX36, del 26 de Marzo, convocando a “ir a confrontar”.

Según recrea el libro de Mercader, un periodista le escuchó decir a un oficial: “Prepárense que esta noche vamos a pelear contra los tupas”.

Una vecina, Ana María, vivía —y vive— justo frente al Filtro. Aquel día había ido a hacer reiki al Centro, llegó sobre el mediodía a su casa y no volvió a salir. Más tarde subiría con sus hijos, que entonces tenían 14 y 18 años, a la azotea de la casa a ver el dantesco espectáculo:

—Yo quería que vieran una parte y la otra y que sacaran su propia conclusión. Yo les decía "agáchense porque no sé si son balazos o cuetes” —cuenta frente al hospital, que hoy luce moderno y fue reinaugurado en este gobierno.

Al mediodía, sin mucho entusiasmo, llegaron al sitio el presidente del Frente Amplio Líber Seregni y Tabaré Vázquez, entonces candidato presidencial, cumpliendo un mandato de la coalición. No fueron muy bien recibidos y hubo abucheos: “¡Era hora”, “¡se escucha, se escucha, son pocos los que luchan!”, “¡sería positivo que se quedaran, no que se fueran!”. Estuvieron 10 minutos y no volvieron.

Sobre las cinco de la tarde estacionaron frente al hospital tres ambulancias. “¡Se los llevan!”, gritaron los manifestantes y se produjo el primer gran momento tenso. Decenas de militantes empujaron vallas y fueron dispersados con gases lacrimógenos y coraceros a caballo. Las ambulancias se fueron sin los etarras, era una falsa alarma, recuerda Mercader en su libro.

La diputada Beramendi estuvo en varios momentos de la movilización, cuenta que junto a otros legisladores frenteamplistas intentaron negociar con la policía y con los manifestantes, para que todo se disipara sin violencia. Algunos jóvenes se retiraron, pero en medio de mucha confusión, los esfuerzos fueron infructuosos. Para entonces, el clima era muy distinto, con “mucha tensión”. En un momento de la tarde, Beramendi recibió una orden de Seregni de que se fueran de allí y ella acató.

La gente, dice Pérez Jones, “levantaba piedras donde se encontraran”, algunos “rompían los cordones de la vereda”.

—Había gurisas del Cerro con sus hijos chiquitos. Por supuesto había gente mayor. No importó nada. Cuando vi el día anterior que el ambiente se estaba poniendo cada vez peor, les dije: por favor, váyanse. Se va a poner muy difícil. Había “tiras” por todos lados. Yo a uno de ellos lo vi generar disturbios, dar manija y manija.

¿Y la idea del bautismo de fuego, que dijo Zabalza en la radio?

—Yo discrepo totalmente con eso. Me parece una frase totalmente infeliz. Había niños y bebés, ¡¿qué bautismo de fuego?! Una barbaridad.

Pero aún no se habían llevado a los etarras.

A las siete de la tarde Lacalle recibía en su amplia oficina del piso siete al productor Arocena Nocetti.
—¿Qué tenés que hacer? Quedate un rato —le dijo Lacalle, y adelante suyo llamó a su esposa Julia Pou a pedirle “encarecidamente” que “no saliera de la casa” en Suárez y que sobre todo los hijos, entre los que estaba el actual presidente, no se movieran, relata hoy el productor.

Hoy recuerda que esa llamada de Lacalle a la casa lo puso en alerta de que estaba pasando algo completamente fuera de lo normal.

—Había dos ventanas, en la de la derecha estaba el presidente y en la de la izquierda estaba yo. Veíamos Bulevar Artigas hacia General Flores y hacia los “cuernos de Batlle”.

Luego se sumó el secretario de Presidencia, Pablo García Pintos.

En su casa, el productor dice:

—En un momento llamó el ministro (Angel) Gianola a avisar que iban al Filtro tres ambulancias acompañadas cada una por un coche policía. Las vimos pasar abajo. Agarraron Bulevar hacia General Flores y, al dar la vuelta en medio de la gente salieron seis fogonazos, cuatro fuertes y dos suaves. Me quedaron grabados.

¿Cómo vio que eran seis?

—Desde allá arriba se veían perfecto los fogonazos. Si hubo respuesta policial no los vi, pero no porque no haya habido, sino porque no tenía buena visión de los autos. Y, se sabe, hubo una desmedida respuesta policial en 14 minutos de descontrol y furia.

Sobre las ocho, se preparó una maniobra de engaño: tres ambulancias, escoltadas por una caravana de patrulleros, bordearon el monumento a Luis Batlle Berres e ingresaron por Bulevar Artigas, donde estaba la mayoría de los manifestantes. La idea era distraer para que los tres etarras fueran sacados por otro lado y con otras ambulancias, sobre la calle Pampillo y Novas.

—Lo que hicieron fue apagar un incendio con nafta —dice el periodista Daniel Cancela, quien estuvo todo el día y la noche en el sitio trabajando para Subrayado.

Los manifestantes respondieron a las ambulancias y patrulleros con una lluvia de piedras y cócteles molotov. Hay relatos de disparos.

Por teléfono, el periodista Ricardo Artola le dijo a Traverso en el 10:

—Jorge perdoná que nos tiemble la voz, y de pronto es un disparate lo que voy a decir, pero esto parece Bosnia, es impresionante la balacera en las inmediaciones del Hospital Filtro.

Aldo Silva, quien cubrió para Telemundo, recuerda que estaba con el camarógrafo Dardo Rivas, quien en medio de las corridas le dijo: “Yo tengo tres hijos, ¿que estoy haciendo acá?”.

Fueron heridos algunos policías, entre ellos el chofer de un patrullero. Cuando ese auto estacionó frente a la seccional 13, en Bulevar Artigas y a metros del Filtro, la Mesa de Operaciones transmitió la clave 52, que significa “policía en peligro”, por lo que llegaron al sitio coches de diversas zonas de Montevideo. Años después, el juez Jorge Imas diría en su sentencia que eso “coopera a que el desorden se haga aún más grande, ya que de los testimonios de casi todos los civiles surge (...) que vieron circular los patrulleros con policías armados y efectuando disparos”. Durante 14 minutos, hasta que se ordenó la retirada policial, en esa zona “pasó de todo”, indicó el juez.

Ana María, la vecina que vio todo desde su azotea, se emociona y se toca el brazo, piel de gallina, cuando recuerda esas horas:

—En un momento vino la caballada. Horrible, se enfrentaron acá. No me lo contaron, yo lo vi. Un policía mayor gritó “viva la Guardia” y arremetieron por Bulevar para arriba. Yo puedo decir que de los dos lados se dieron. Los muchachos, que no estaban en sus cabales supongo, se prendían de la crin de los caballos y de arriba los movían con sables. Más tarde me enteré que habían matado a una persona.

Un poco más temprano habían tomado la radio policial. Lo recuerda Arocena:

—Estábamos oyendo con el presidente... Les decían “milicos hijos de puta, estamos yendo a su casa…”.

El despacho del séptimo piso es una saliente, un palco avanzado, y era la única oficina con las luces prendidas en el edificio.

El comisario Freddy Kuster, chofer y guardia de Lacalle, le recomendó apagar las luces, según recuerda García Pintos: “Si hay un tirador, se la van a ligar, es un bollo”.

¿El presidente qué decía en ese momento?

—Ordenó que vinieran más refuerzos —dice Arocena.

Cuando él se iba escoltado del Edificio Libertad, Fernando Morroni ya había fallecido. Lo mataron sobre la plaza de Gualeguay y Cufré: recibió un disparo de escopeta. Tenía 24 años, se dedicaba a la poda de árboles y le gustaba tocar la guitarra.

  • 17.00
    Arriba el avión de la Fuerza Aérea española a la base aérea uruguaya. Mientras tanto, llegan a El Filtro unos 70 policías y se dan los primeros choques entre policías y manifestantes.
  • 18:40
    El ministro Gianola informa a la prensa que los detenidos fueron examinados por una junta de tres forenses dependientes del Poder Judicial quiénes determinaron que pueden ser trasladados.
  • 20:05
    Llegan dos motos, cuatro patrulleros y tres ambulancias por Luis Alberto de Herrera hasta Bulevar Artigas que buscaban despistar a los manifestantes. No serían las ambulancias que llevarían a los detenidos. Comienzan los enfrentamientos entre los manifestantes y la guardia de coraceros a caballo, la guardia granaderos con sus equipos GEO y personal del cuerpo de Radiopatrulla. Se suman efectivos de las direcciones de Seguridad e Investigaciones. “En toda la zona un infierno desatado impedía una observación general. Siendo por tanto muy parcial en cuanto a la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Se sabía a esa hora que decenas de heridos se había producido en ambos bandos, se hablaba ya de muertos extremo que aún ayer era objeto de confirmación y podía advertirse en diversos puntos a más de una veintena de ambulancias de servicios de emergencias atendiendo a personas heridas que eran trasladadas de acuerdo con la entidad de las lesiones a diversos hospitales de Montevideo” según la crónica de El País de ese entonces.
  • 20:30
    Las balas policiales alcanzan a Fernando Morroni en Cufré y Gualeguay. Muere en el lugar.
  • 21:30
    Se retrasa la partida de los detenidos. Un servicio de emergencia móvil ofrece los vehículos pero no los conductores y médicos que se negaban a concurrir al lugar.
  • 21:40
    Varios periodistas y fotógrafos son evacuados de la zona de riesgo. Habían tomado posición en el interior de uno de los móviles.
  • 22:25
    Parte una caravana de tres ambulancias desde el hospital Filtro hasta la Base Aérea con los tres detenidos. Acompañan 20 patrulleros.
  • 22:40
    Arriban e ingresan a la terminal para proceder con la entrega de los ciudadanos vascos.
  • 23:45
    El avión militar español N4512 carretea y despega rumbo a Madrid.

Mabel vive a metros de esa plaza. En aquel entonces tenía 27 años. Cuando llegaron de la escuela sus tres hijos, los llevó al fondo de la casa y cerró con llave la puerta.

Hoy señala las rejas, de esas típicas que marcan el predio de una casa, y dice:

—No estaban estas rejas, había gente que se metía abajo del camión. Acá enfrente estaba Cutcsa y muchos se escondían en los galpones; era un loquero total, había mucho miedo.

Tres décadas más tarde, Aldo Silva camina por Bulevar Artigas frente a la seccional 13, de paredes de ladrillo a la vista, y relata:

—Acá yo vi gente que traían detenida y la golpeaban. Y cuando me movía hacia donde estaban los manifestantes, ellos querían pelear, se querían enfrentar, y en un momento se oscureció todo porque habían apagado las luces. Fue brutal. Aún estoy por entender por qué se apagaron las luces.

Cancela, su excolega de canal 10, dice que vio tiroteos entre gente vestida de civil y tuvo tanto miedo que se quedó tranquilo:

—Como que pasé el umbral del miedo y dije, bueno, ya está, sí está para mí, está para mí. Si me hubieran dicho esa noche que había 30 muertos, no lo hubiera dudado.

Hubo nueve civiles heridos de gravedad por disparos de escopeta, entre ellos Carlos Alejandro Font, de 18 años, ingresado con pérdida de masa encefálica por herida de bala. Font sobrevivió y hoy da clases en un liceo.

Algunos cuentan un segundo fallecimiento, el de Roberto Facal, un funcionario de la Universidad de la República que murió apuñalado en la puerta de su casa cerca del Filtro en la madrugada del 25. Pero por ese caso fueron detenidas y condenadas dos personas y todo indica que nada tuvo que ver con los episodios vinculados a los etarras. ***

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Lacalle: los tupamaros “querían nuevamente la lucha armada”

Una bandera del Partido Nacional, un cartel de la lista 71 y otro de la 404 en el balcón de la casa del expresidente Luis Alberto Lacalle en el corazón de Carrasco. Tito, el guardia de seguridad, abre la puerta y Lacalle recibe a El País en el living. Se sienta y saca papeles que serán parte de un libro de memorias sobre su gobierno que publicará el próximo año; una parte la dedicó al episodio del Filtro, que considera “la crisis más notoria” de su administración.

—¿Ustedes tienen la transcripción de las cosas que decían en la radio no? –pregunta y cita: “Lacalle se irá a acostar en la cama del Rey Juan Carlos”, “estos canallas, estos traidores”, “el bautismo de fuego”.

El expresidente Lacalle nunca habló de los hechos del Filtro con José Mujica ni con los fallecidos Eleuterio Fernández Huidobro y Jorge Zabalza, según relata:

—Yo con el presidente Mujica nunca he hablado de cosas profundas o importantes. Mantenemos una relación civilizada. Hablar de esos temas con él sería entrar en un conflicto que no le sirve al país ni a nadie.

Pero no duda en señalarlos como los responsables de esa trágica noche.

—Mujica, Zabalza, Fernández Huidobro hacía nueve años que habían sido amnistiados. El país, con una enorme generosidad les había perdonado y olvidado secuestros, robos y asesinatos, torturas, cárcel del pueblo... Y a los nueve años, estaban incitando al bautismo de sangre, a poner miguelitos, armas, varillas de acero, a convertir aquello en una batalla campal... Fue trágico el enfrentamiento pero salió menos de lo que aspiraban estos, que querían nuevamente la lucha armada, volver para atrás.

¿Entonces usted se afilia a la tesis de que ese fue el último golpe tupamaro?

—Ese es el título del libro de (Antonio) Mercader. Los tupamaros fueron los que querían destruir la democracia y los que trajeron la dictadura —evade.

¿Le llegó a preocupar un vínculo estrecho entre el MLN y la ETA?

—Las organizaciones terroristas tienen una especie de internacional del terror. No se reúnen ni nada pero hay vasos comunicantes. Es una internacional terrorista.

Cuando se le pregunta si hace autocrítica sobre el operativo policial y la forma en que se sacó a los etarras del sitio, el expresidente dice que esa no era su área, su responsabilidad. Sí defiende al ministro Ángel Gianola, de quien dice actuó “con firmeza y la ley en la mano”.

—Cuando uno está en el gobierno, arriba está Dios y nadie más. Actuamos como tenía que actuar un gobierno constitucional y legal.

¿Pero no esperaban una resistencia...?

—Nunca, nunca. Hubo un grado grande de irresponsabilidad, a mucha muchachada se la incitó. Mucha manija: una combinación de viejas doctrinas subversivas con año electoral, y esa mezcla fue lo que hizo la detonación. Fue una asonada, que es un delito tipificado. Impedir el ejercicio del Poder Judicial es un delito.

Respecto al operativo, ¿no había un plan b?

—La parte operativa la dejamos en manos de los que se supone son preparados para eso. El análisis de la operación policial concreta puede merecer crítica. Pudo haber errores en lo técnico. Desde afuera, hay cosas que se pudieron haber hecho con infantería más que con caballería. Podrían haber usado perros, cañones de agua, no sé, yo no manejo eso. Yo le tenía gran confianza al inspector (José) Dávila y al ministro.

¿Y la clave 52 o las ambulancias yendo hacia donde estaba la gente?

—Esos detalles que los cuente el que estuvo. No olvidemos que hay mucha fabricación. Se habla de "la masacre del Filtro”. ¿La masacre de uno? –pregunta y hace un silencio.

¿Dice que es exagerado hablar de una masacre?

—¿Masacre de uno? —insiste—. Es soplar en las brasas de lo que puede ser un sentimiento para convertirlo en llamas. Se usa con una falta de responsabilidad...

Pero digamos que casi de milagro murió solo una persona, podrían haber muerto más.

—Por suerte, yo me hago cargo, es tremendo para la familia Morroni.

¿Y quiénes son los principales responsables de la muerte de Morroni?

—Morroni muere en un episodio... Como decías tú, podrían haber habido muchos más muertos. Pero siempre es lamentable, una vida es lo mismo que 100. Una sola vida es horrible, ojalá no hubiera pasado nada.

A diferencia del presidente, el entonces secretario de Presidencia García Pintos admite un grave error del operativo:

—Venían las ambulancias más patrulleros e hicieron el recorrido al revés, las metieron por donde estaba la gente. Ahí erraron el procedimiento de búsqueda y retiro de los etarras.

El jefe del operativo era el inspector José Dávila.

—La chamboneó en la diagramación de cómo tenían que entrar las ambulancias. Lo que se hizo fue la peor elección, era la cueva del lobo. Empiezan piedras y tiros, de arriba no se sabía si era la Policía o los manifestantes. Los tiros venían de ambos lados. Pudieron haber muerto 20 personas, murió una sola. Fue un milagro. Un manifestante pasivo que fue a mirar. ***

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Pasadas las nueve de la noche del 24, ya enterado de la tragedia, Mujica pidió por el aire de CX44 la renuncia del ministro Gianola “si le queda un poco de vergüenza” ya que “ha demostrado una impericia fenomenal desde el punto de vista técnico”. Preguntó: “¿por qué hicieron este mamarracho?”.

A las diez y veinte tres ambulancias con custodia de patrulleros, y un médico forense en cada una de ellas, se llevaron a los etarras.

En Carrasco esperaba el Boeing, al cual subieron caminando, según relata un policía que estuvo allí. El avión partió a Madrid quince minutos antes de la medianoche. En España al menos dos de los tres etarras también bajaron caminando.

En los días siguientes, la abogada Pérez Jones y dos colegas empezaron a reunir pruebas para presentar una denuncia judicial. A través de la radio, convocaron a los heridos a dar testimonio y contactaron a los fotógrafos de la prensa en busca de imágenes. Se presentaron más de cien personas.

Tres años después, Jorge Imas condenó a los jefes policiales Miguel Rolan Mieres, Jacinto Omar Ojeda, Héctor Darío Domínguez y Miguel Nery Moura por ser culpables por omisión (“no intentar seriamente impedir los excesos” policiales), los dos primeros con 12 meses de prisión y los segundos con 24. No se hallaron responsabilidades sobre los dirigentes tupamaros Mujica, Fernández Huidobro y Zabalza. Aún no se sabe quién mató a Morroni. ***

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Líber Seregni: “Acá somos todos responsables”

Con la perspectiva que dan los años, el episodio del Filtro se convirtió también en un suceso clave para la historia de la izquierda uruguaya, y en particular para el MLN.

El caos que se desató frente al hospital, y sobre todo las reacciones del sistema político y la sociedad uruguaya tras esa noche violenta, marcó para muchos un punto bisagra en la transición de los tupamaros del “universo insurreccional” —que arrastraban desde sus orígenes predictadura— a la adaptación a las reglas de juego democráticas bajo el ala del Frente Amplio.

Más allá de que la izquierda condenó la desproporcionada represión policial, en los días y semanas posteriores al Filtro, las tensiones latentes con los tupamaros salieron a la superficie.

“Acá somos todos responsables”, dijo Líber Seregni el jueves 25 de agosto, día siguiente al enfrentamiento, durante una reunión del Órgano de Conducción Política del Frente Amplio.

Según la crónica que hizo Búsqueda en aquel entonces, todos los grupos frentistas señalaron al Poder Ejecutivo como “principal responsable” de los hechos y coincidieron en reclamar la renuncia de Gianola, pero los sectores mayoritarios respaldaron la tesis de Seregni de que era necesaria una “autocrítica”.

Había, según el general, una responsabilidad de las fuerzas policiales, pero también de una parte de los “manifestantes”. Seregni dijo entonces que algunos sectores habían contribuido a generar un “clima” de enfrentamiento, y mencionó específicamente a las radios CX 44 y CX 36.

Algunos dirigentes, como el senador socialista José Korzeniak, incluso llegaron a plantear la opción de expulsar a los tupamaros —también al 26 de marzo— de la coalición de izquierda. Eso, se sabe, nunca sucedió.

Seregni, que en las horas posteriores al descalabro había dicho que en la manifestación hubo también civiles armados, con los días dijo que era una versión que le había llegado y que no lo podía comprobar. Desde el Ministerio del Interior se informó que una pericia balística había constatado disparos en varios patrulleros que no eran de armas utilizadas por la Policía. Testigos del hecho dicen hoy a El País que vieron armas entre los civiles, pero varios insisten en que eran una minoría.

El 7 de setiembre, la diputada Beramendi interpeló al ministro Gianola. Le dijo que la policía “tiró a matar” y que él era el responsable. Entre varias preguntas, le cuestionó por qué no se utilizaron balas de goma o camiones hidrantes para disuadir.

—¡Por ingenuidad democrática! —respondió Gianola—. Hemos creído que al entrar en el camino de la democracia todo era lindo, de color rosado, todos respetábamos los derechos y todos nos amábamos los unos a los otros. ***

Treinta años después, este sábado Norma Morroni se prepara para una nueva marcha; esta será especial. Dice:

—Yo pedía justicia, no venganza. Pero estos 30 años los siento como que me estuvieran arrancando pedazos de piel. Porque eso fue lo que me pasó, quedé mutilada.

Jesús Manueltxo Goitia
Jesús Manueltxo Goitia
Fue condenado a 12 años de prisión pero salió en libertad en el 2000 por rebaja de pena. Volvió a Uruguay en varias oportunidades.
Luis María Lizarralde Izaguirre
Luis María Lizarralde Izaguirre
Fue condenado el 26 de junio de 1995 a 32 años de cárcel por el asesinato del teniente coronel José Luis de la Parra. Posteriormente, en abril de 1996, la Audiencia Nacional le condenó a otros 42 años de cárcel por los delitos de asesinato con el agravante de alevosía y otro de frustración por el atentado. Años después mostró su arrepentimiento y rompió con ETA.Terminó su condena en 2022.
Mikel Ibáñez
Mikel Ibáñez
Fue liberado en 1995 por falta de pruebas y volvió a Uruguay. En 2007 fue detenido en un vuelo procedente de Montevideo en Francia tras una orden del juez Baltasar Garzón. Fue condenado en 2009 a 27 años de prisión por colaborar con el asesinato de un industrial español. Murió en 2011 de cáncer mientras estaba en libertad condicional.